Los Ojos Del Perro Siberiano es una novela
que nos invita a valorar mucho más nuestro tiempo y en qué realmente lo
invertimos, es un llamado para dejar a un lado la discriminación, que muchas
veces tenemos contra los demás, en especial cuando estos se encuentran un
situaciones complicadas, al final de su camino. Es una enseñanza, nos
fundamenta en por qué no se debe mirar con lástima a aquellas personas con
discapacidades o enfermedades terminales.
Que es mucho mejor valorar sus actitudes y deseos de salir adelante aunque, en
este caso, el final este cerca.
Y hay mucho más que decir de sus personajes y
actitudes, la perra siberiana (Sacha) es este amigo silencioso que todo el tiempo se
encuentra allí, leal e integro (si se puede decir) en sus sentimientos, casi
desapercibido todo el tiempo pero muchas veces el único que entiende en su
camino a Ezequiel. El padre siempre tirano, quizá solo repitiendo lo que el suyo
hizo con él: como un eslabón más en la interminable cadena de rigidez paternal
(que es como se supone debe ser) La medre, una subordinada de su esposo por
naturaleza, su instinto la llama a proteger a sus hijos, pero no lo logra por
la ausencia de fuerza contra este. Mientras el narrador (que por cierto no se menciona su nombre) intenta ver en medio de de
todo esto la ventana para conocer a su hermano, (aunque sea al filo de la
muerte) después de tenerlo durante la mayor parte de su vida solo como un
recuerdo e intentar verdaderamente conocerlo.
El tiempo es indescriptible. El tiempo solo
lo notamos con el paso del mismo. Es un fuerte enemigo para aquellos que
disfrutan la vida, pues nunca es suficiente para descubrir todas las maravillas
que hay en este mundo. Es cruel con quienes esperan, pues esa espera en muchas
ocasiones se vuelve aparentemente infinita. Solo con el tiempo aprendemos el
valor de las cosas, aprendemos lo maravilloso de los atardeceres, pero lo
importante es no perder tiempo pensando
en los que no vimos, sino esforzarnos por disfrutar los que nos quedan.
Con el tiempo aprendemos que el cascarrabias que nos reprendía, en realidad
quería aconsejarnos para para que le diéramos una vuelta a la moneda de nuestra
vida, algunos quizá acataron sus consejos, otros no. Pero lo importante es que
el tiempo nos enseñó quién tenía la razón. Con el tiempo aprendimos que esos
momentos en familia, esas tardes de risas, chistes, historias a base de las
vivencias de nuestros padres y otras pequeñas maravillas terrenales, son mucho
mas valiosas que pasar el día acompañados con los célebres y controvertidos
elementos tecnológicos, que en ocasiones nos unen, pero la mayoría de veces nos
separa de cosas mas pequeñas pero mas valiosas.
Lo
esencial, y que a nadie se le olvide es no perder el tiempo en situaciones
vacías cuando tenemos el mundo entero para disfrutar, cuando tenemos una
familia y amigos a los que quizá aún no les hemos dicho lo mucho que los
queremos y nadie te asegura que el tiempo después no te lo perdone y quizá
mañana estés lamentándote en frente de un cajón, uno que lastimosamente en
ocasiones se convierte en la oportunidad para decir lo bueno de las personas
cuando no tuvimos el valor de decírselo en vida, mientras nos escuchaban y nos
podían responder.
Así pues este libro de literatura juvenil
encamina a sus lectores en la reflexión más que de la muerte, de la vida misma
y los caminos que toma para enseñarnos su significado.